Los rayos caloríficos de la bomba atómica atacaron despiadadamente la piel de la gente vestida con ropa ligera en esa calurosa mañana de verano. La gravedad de las quemaduras era inimaginable.
El grado de las quemaduras difiere según la distancia del hipocentro. En las de mayor grado la piel quedó hecha jirones y fue desprendiéndose dejando al descubierto tejidos subcutáneos y huesos.
Lo que caracteriza las quemaduras debidas a los rayos caloríficos es que solamente afectan a la zona orientada hacia la explosión. Quienes llevaban puesto un sombrero, aunque estuvieran de cara a la explosión, no sufrieron quemaduras en la parte cubierta.
Igualmente, según el color de la ropa que se llevaba puesta, la gravedad de las quemaduras era diferente. La ropa blanca reflejaba los rayos caloríficos y por el contrario, con ropa negra las quemaduras fueron más profundas.